martes, 24 de septiembre de 2013

PROVOCACIÓN Y AGRESIÓN

Ricardo García Mira


El creciente número de enfrentamientos violentos y casos de malos tratos en nuestro país dibuja una imagen que invita a hacer algunas reflexiones. Partiendo de que una distribución desigual de los recursos o un bajo nivel de integración social pueden ser factores que predisponen a una sociedad hacia la violencia, normalmente, aprendemos normas sociales y habilidades que nos ayudan a controlar esa agresividad que forma parte de nuestra naturaleza humana, y nos permiten manejar la provocación o la frustración. La misma naturaleza nos permite tomarnos un tiempo para analizar cada situación, favoreciendo así
la inhibición del comportamiento agresivo. Sin embargo, ¿qué es lo que aumenta la probabilidad de una agresión? Nuestra capacidad cognitiva para procesar adecuadamente el significado de una eventual provocación, puede verse limitada por la confluencia de dos razones: una es el alcohol y las drogas. La otra son nuestras propias emociones. Ambas interrumpen nuestro proceso de reflexión y producen percepciones ambiguas en una situación provocadora. Ante tal ambigüedad, los jóvenes se miran entre sí buscando consenso entre ellos. Si los demás agreden, ellos también. Y el alcohol, al igual que muchas drogas, terminan reduciendo esa capacidad inhibitoria que caracteriza nuestra habilidad para manejar la agresión.

Los mecanismos que explican la agresión residen en el modo en que hemos aprendido a manejar nuestras emociones, en la imitación y en el refuerzo. En nuestra sociedad la recompensa que obtiene el agresor al recibir el aliento de otros jóvenes a los enfrentamientos con la autoridad, o la tolerancia a los malos tratos que ha caracterizado a nuestra sociedad durante años, ha favorecido la imitación y compite hoy exitosamente con el castigo, si tenemos en cuenta la facilidad con la que un acusado es liberado una vez detenido.

La violencia puede llegar a reducirse cuando una sociedad es capaz de formar ciudadanos críticos, capaces de enseñar y activar normas inhibitorias, minimizando la provocación y los efectos de la violencia de medios de comunicación, y aprendiendo a identificarse con los otros, en lugar de distanciarlos y deshumanizarlos. Es aquí donde la agresión es más fácil, cuando la víctima se percibe distante y deshumanizada, favoreciendo la aparición de la desindividuación, reforzada por el anonimato o la responsabilidad difusa de la agresión -cuando ésta se produce amparada en el grupo- o por la privacidad del hogar.

PRESTIGE: AQUÍ NON PASOU NADA

Ricardo García Mira
Non é doado entender cómo o electorado galego renunciou a tirar das orellas ó partido que coa súa acción ou omisión favoreceu as condicións que levaron ó afundimento do Prestige ou á implicación deste país na ilegal e vergoñenta guerra, senón que a impresión, ó parecer, é a de que aquí non pasou nada.

En primeiro lugar, é difícil crer que Galicia teña feito a súa transición política cara á democracia, como o proban as súas persistentes estructuras caciquís e clientelares, que se manteñen mesmo para garantir o acceso ós dereitos máis básicos dun cidadán. Trátase, pois, dun asunto de educación e conciencia democrática. En segundo lugar, o Prestige danou en Galicia a unha das comunidades de maior riqueza ecolóxica de Europa. ¿Que foi da estratexia galega de educación ambiental e da política da sostenibilidade? ¿Por que non
se activaron? ¿Cal é agora a súa credibilidade? ¿Que ocorreu na mente do cidadán que olvidou o chapapote que cubriu a costa, afundiu a súa economía e danou a dignidade de todos? As indemnizacións borraron o chapapote na conciencia e reduciron a disonancia, facendo que as familias que as percibiron corrixiran a posible disposición a mudar o seu voto, alomenos mentres se viron compensados. Unha cuestión de educación ambiental. Finalmente, ¿en que sociedade vivimos que, a pesar das manifestacións e das masacres, non se cuestionou a guerra á hora de votar, aínda cando defender o valor do pacifismo chegou a significar ser radical e indesexable? É ben certo que pensar que nas eleccións municipais se vota á persoa e non ó partido implica menos coste emocional que pensar nas masacres humanas que como país estivemos a apoiar lonxe de aquí.

En resumen, educación para a democracia, para o medio ambiente, para a paz. Quizais alguén pode ter interese en facernos crer que Galicia é inmune á alteración desta tríada de cousas. Quizais somos unha sociedade máis complexa -non o creo-. Non sexamos cínicos. Non é a resposta da cidadanía galega. É a demanda de educación dunha sociedade, á que durante moito tempo, e ata hai ben pouco, se lle fixo crer que cando os seus fillos non querían estudiar era porque non valían, ¿ou non foi así? 
2 Junio 2003

ANÉCDOTA Y CURIOSIDAD

Ricardo García Mira
Un terremoto más en Galicia. En realidad, un maremoto, si tenemos en cuenta su epicentro. Aunque suele ser objeto de alarma, no deja de ser algo anecdótico que no va más allá de la curiosidad. A la vista de otros recientes movimientos sísmicos y otros desastres de envergadura más global, tanto con origen en causas naturales, como tecnológicas, despertarse ayer con uno de magnitud 5 en la escala de Richter no pasa de lo puramente anecdótico.

Un terremoto se asocia habitualmente a algo desastroso, catastrófico. Sin embargo, no tiene por qué serlo. Es una parte de la evolución de la Tierra y un efecto del desplazamiento del suelo que pisamos cada día. Forma parte de esos fenómenos aparentemente aleatorios tan difíciles de predecir con ecuaciones exactas. Es lógico que al
sentir este movimiento bajo nuestros pies la alarma se apodere de nosotros. La incertidumbre, que nos invade ante el temor de lo que pueda suceder a continuación, y la ansiedad, constituyen los cuadros más característicos. En efecto, al igual que los terremotos de Triacastela hace nueve años, el de ayer viene a producir lo que los psicólogos hemos denominado ansiedad anticipatoria , que no es otra cosa que una reacción normal de todo ser humano que experimenta este tipo de ansiedad cada vez que se sitúa ante un fenómeno retante o incierto. Y se debe a una respuesta adaptativa de pánico que trata de localizar inmediatamente la fuente de peligro para poder protegerse. Cuando nos damos cuenta de que el movimiento pasó sin más, la respuesta continúa durante un tiempo poniendo nuestra atención en lo que ocurrirá a continuación. Las réplicas se van haciendo más y más suaves, y nuestra ansiedad se desvanece también.

Nuestra respuesta al terremoto es un sentido de preocupación y vigilancia, un estado emocional que representa el miedo a lo que va a ocurrir, pero que forma parte de nuestro sistema defensivo personal, que no debe conducir a más preocupación.
23 Abril 2006

EDUCACIÓN Y PARTICIPACIÓN

Ricardo García Mira

Nos asola un nuevo desastre ambiental con un impacto trascendental en la vida pública. Como todos, con la misma sensación de impotencia y rabia contra todo el que atribuimos una pizca de culpa. Estamos ante un fenómeno multidimensional, donde aparece, al menos, una docena de causas diferentes como origen de las llamas. Todo se plantea tan increíble que de inmediato deducimos, de modo casi paranoico, que es imposible que no se
trate de algo organizado. Como parte de un proceso psicológico de afrontamiento, construimos socialmente nuestro sistema de creencias sobre los incendios, generando una creencia colectiva que consiste en admitir que lleguemos a organizarnos para atender distintos intereses, individuales, sociales o económicos, incluso políticos, que llegan al comportamiento incendiario.


Culpamos a un gobierno o a otro de un modo casi patético. Hasta nos permitimos ser casi acríticos, dejándonos cegar por nuestros criterios políticos. Otorgamos escasa importancia a la promoción de políticas que permitan estructurar socialmente Galicia, enraizada en sus valores individualistas, y promover marcos sociales participativos de gestión de decisiones, con algún nivel de vinculación, que integren a todos los actores y permitan afrontar la crisis aprovechando nuestra extensa red municipal.


Nos olvidamos de que los incendios aparecen ligados a la escasa valoración que los gallegos atribuimos al monte, como bien colectivo y parte del patrimonio natural, que conforma, de facto, una actitud ciudadana apática y desinteresada por la naturaleza, a pesar de los altos índices de conciencia ambiental que las encuestas proporcionan. Se plantea la necesidad de integrar la prevención de incendios en un marco mayor de educación social que, transversalmente, lleve la educación ambiental a la práctica en contextos formales y no formales, bien en la escuela, la industria, el ocio y tiempo libre o mismo nuestro lugar de trabajo.
11 Agosto 2006