Ricardo García Mira
Nos asola un nuevo desastre ambiental con un impacto
trascendental en la vida pública. Como todos, con la misma sensación de
impotencia y rabia contra todo el que atribuimos una pizca de culpa.
Estamos ante un fenómeno multidimensional, donde aparece, al menos, una
docena de causas diferentes como origen de las llamas. Todo se plantea
tan increíble que de inmediato deducimos, de modo casi paranoico, que es
imposible que no se
trate de algo organizado. Como parte de un proceso
psicológico de afrontamiento, construimos socialmente nuestro sistema de
creencias sobre los incendios, generando una creencia colectiva que
consiste en admitir que lleguemos a organizarnos para atender distintos
intereses, individuales, sociales o económicos, incluso políticos, que
llegan al comportamiento incendiario.
Culpamos a un gobierno o a otro de un modo casi
patético. Hasta nos permitimos ser casi acríticos, dejándonos cegar por
nuestros criterios políticos. Otorgamos escasa importancia a la
promoción de políticas que permitan estructurar socialmente Galicia,
enraizada en sus valores individualistas, y promover marcos sociales
participativos de gestión de decisiones, con algún nivel de vinculación,
que integren a todos los actores y permitan afrontar la crisis
aprovechando nuestra extensa red municipal.
Nos olvidamos de que los incendios aparecen ligados a
la escasa valoración que los gallegos atribuimos al monte, como bien
colectivo y parte del patrimonio natural, que conforma, de facto, una
actitud ciudadana apática y desinteresada por la naturaleza, a pesar de
los altos índices de conciencia ambiental que las encuestas
proporcionan. Se plantea la necesidad de integrar la prevención de
incendios en un marco mayor de educación social que, transversalmente,
lleve la educación ambiental a la práctica en contextos formales y no
formales, bien en la escuela, la industria, el ocio y tiempo libre o
mismo nuestro lugar de trabajo.
11 Agosto 2006
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