martes, 8 de octubre de 2013

PERFILES CRIMINALES




Ricardo García Mira
 
La investigación criminal y su capacidad para esclarecer una muerte como la ocurrida en Santiago ha experimentado grandes avances. El análisis de las pistas en la escena del crimen se ha visto beneficiado gracias al desarrollo científico de otras ciencias denominadas “duras” como la física, la química o la biología, pero también de las mal denominadas “blandas”, como la psicología que, desde una perspectiva interdisciplinar, han incorporado nuevos enfoques para dar respuesta, cada vez con mayor certeza, a la razonable demanda y curiosidad social por conocer las causas de tan terrible crimen.

Así, establecer el perfil de la conducta de un criminal a partir de las pruebas, ha formado parte de una ciencia denominada psicología investigativa, con recientes desarrollos, y constituye un método muchas veces inequívoco para identificar al criminal. La investigación combina, de manera efectiva, el análisis estático que proporcionan las pistas físicas, con el análisis más dinámico orientado a conocer las probabilidades de que las conductas vinculadas a un crimen hayan sucedido de un modo y no de otro. Información que, como en el caso de las pistas pendientes de analizar, deberá analizar minuciosamente el juez para adoptar una decisión correcta.

Si la sospecha se establece sobre un agresor conocido, como parece ser el caso, el método inductivo clásico, que analiza características compartidas por otros criminales con un mismo patrón de conducta, se ve reemplazado, por una parte, por el método deductivo, según el cual al análisis de la escena del crimen se une el análisis de la información proporcionada por la policía científica para deducir las características psicológicas y conductuales del criminal. A él hay que añadir el perfilado geográfico, que relaciona la ubicación de la escena del crimen con el lugar de residencia del criminal, si tenemos en cuenta que los agresores actúan siempre en un lugar y momento que posee para ellos significado personal.

sábado, 5 de octubre de 2013

MADRES QUE MATAN A SUS HIJOS



Ricardo García Mira

Las estadísticas nos hablan de que el número de ellas supera al de los varones. Tienen una tasa anual, en algunos países hasta semanal, y más de dos tercios de los asesinatos de niños cometidos por otra persona, son perpetrados por sus padres. El filicidio es ya una de las principales causas de muerte entre los pequeños. El problema es, por tanto, social y requiere prevención específica.

Se las ha asociado a pasar por momentos difíciles de gran estrés económico, a sufrir las consecuencias del desempleo, a tener en su haber algún intento de suicidio, a sufrir depresión y otros desórdenes psicológicos. Son seres humanos, frágiles, que han vivido y acumulado frustraciones desde la infancia y que comparten aún en la vida adulta. Enganchadas aún a esas frustraciones sin resolver, perpetúan esa fragilidad cual pesadilla difícil de librar.

La literatura psicológica describe varias formas que ponen de manifiesto cómo cada una desgarra profundamente sentimientos, dolor, y necesidad de liberación, y con ello aparece incomprensión y falta de sentido de realidad. La decepción de una madre que evidencia su trauma en el asesinato de sus hijos y en la experiencia del amor altruista que le hace ver en la muerte la mejor opción para salvarlos de un mundo indeseable, por su propio bien. O la de quien acaba con ellos luego de un abuso continuado de maltrato que convive con estructuras invisibles que mantienen su personalidad al límite con conductas irreconciliables que sólo evidencian trastornos. O la decepción del hijo nunca deseado que irrumpe en su experiencia vital como un obstáculo eterno. O el deseo de venganza que se evidencia en el daño al padre en medio de la lucha por la custodia. O, finalmente, la vivencia de ese delirio psicótico que la lleva a deshacerse de sus hijos sin motivo aparente.

De modo más o menos evidente, la decepción amorosa las hunde una y otra vez en ese trauma terrorífico, presa de dolor y desgarro que ocurre incomprensible e impenetrable en las entrañas de la mente.