lunes, 20 de octubre de 2008

Jubilaciones prematuras

Ricardo García Mira

La mejora de la sanidad, la educación o la incursión de las nuevas tecnologías, han aumentado nuestra expectativa de vida, la mitad de la cual invertimos en actividad laboral. Pero ¿qué ocurre con la otra mitad? ¿Qué ocurre cuando, antes de cumplir los cincuenta años, en el momento de máxima plenitud y experiencia, sobreviene forzosamente la obligación de prejubilarse?

En la sociedad occidental, quienes alcanzan la edad de jubilación y salen del sistema productivo pasan a integrarse en un nuevo grupo en el que pronto llegan a ser vistos estereotípicamente como “personas mayores”, un grupo dependiente que constituye un problema que demanda una solución. La presión competitiva y la necesidad de adaptarse a los nuevos tiempos se plantea como excusa principal para ajustar y rejuvenecer la plantilla.

Sin duda, para muchos es una oportunidad positiva para vivir esos momentos de la vida que el trabajo nunca o pocas veces les permitió: pasear, leer, aprender otra lengua, emprender aquella actividad a la que siempre quisimos dedicarnos… Para otros, los problemas empiezan justo en la prejubilación: la reducción salarial, los cambios en las relaciones sociales, el cambio de estatus o la pérdida de control, son algunas características que con frecuencia se asocian a sentimientos de inutilidad, aburrimiento, abandono o depresión. Justo esta visión estereotípica hace que, de un modo automático, atribuyamos a nuestros mayores características negativas, influyendo así en nuestro comportamiento hacia ellos. Asumimos que su capacidad de memoria y pensamiento disminuye, cuando esto no cuenta con apoyo en investigación empírica alguna. Por ejemplo, la expectativa de que los mayores son incompetentes lleva en muchos casos a su institucionalización innecesaria. La investigación demuestra que los mayores que han sido institucionalizados en contra de su voluntad, mueren más rápido, padecen más de depresión y toman más medicamentos en general, muchos de ellos innecesarios o equivocados.

Así, la (pre)jubilación llega a ser una construcción social marcada por la influencia de actitudes y expectativas sociales que limitan o enriquecen el potencial que un (pre)jubilado/a ha llegado a alcanzar. El interés de las empresas no es otro que el bajo coste, a cambio de despreciar la experiencia –en otro tiempo tan valorada–. Sin duda, aquellos que más satisfacción encuentran en su vida laboral serán más reacios a admitir un plan de prejubilación, lo que no ocurrirá donde el nivel de frustración sea mayor, en cuyo caso la prejubilación aparece como agua de mayo. De cualquier forma, en tiempos de crisis, una prejubilación obligatoria, sin opción a decidir libremente, no deja de ser una propuesta deshonesta en una compañía tan poderosa y enriquecida como Telefónica.

martes, 23 de septiembre de 2008

La dimensión social del delito ecológico

Ricardo García Mira

Hay razones que justifican la necesidad de un nuevo enfoque en la persecución del delito ecológico más allá de la mera aplicación de la legislación ambiental. Me refiero a la necesidad de incorporar resultados de la investigación social al sistema de justicia, y conocer cómo ciudadanos y expertos conceptualizan el delito ecológico y evalúan la gravedad de una transgresión, su justificación o sus consecuencias.

La acción penal depende de la gravedad, difícil de evaluar objetivamente por la dificultad de determinar cuándo un hecho perjudica gravemente el equilibrio de un ecosistema. A ello unimos la dificultad de evaluar la certeza de una consecuencia debido a que siempre hay expertos dispuestos a cuestionarla en defensa de los intereses de los transgresores. El delito ecológico, además, está en relación con actos que no todos los ciudadanos rechazan por antiecológicos –el daño no siempre se muestra evidente, y se valora un cierto grado de justificación. Los legisladores y políticos no consideran malo equilibrar intereses competitivos y protección del entorno cuando las soluciones son económicamente razonables.

La investigación social muestra que los incendios forestales, por ejemplo, aparecen valorados por debajo de otros delitos penales y que los ciudadanos son partidarios de castigar con dureza los delitos contra la flora o fauna más que las construcciones ilegales, hacia las que se muestran más tolerantes. En la práctica, viene sucediendo todo lo contrario: la Administración suele priorizar los expedientes sancionadores relativos a construcciones ilegales, imponiendo multas mayores cuando se infringen normas de ordenación territorial. No obstante, la pena de cárcel impuesta por el vertido que contaminó el río Tórdea supone un cambio en esta tendencia, más acorde con la conceptualización social del delito ecológico como acto públicamente reprobable.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Crisis y mercado global

Ricardo García Mira

Durante mucho tiempo el mercado financiero ha contado con amplia tolerancia para mover sólo y a su antojo las finanzas globales, pues para el ciudadano común era demasiado complicado entender su funcionamiento. Asistimos impasibles e impotentes al espectáculo de ver cómo organismos y entidades económicas nacionales e internacionales se sumergen en prácticas financieras, con un impacto y consecuencias apenas conocido por unos pocos. Unas veces jugando con riesgos difíciles de evaluar desde la perspectiva pública –dado el gran número de recovecos que las leyes que regulan el mercado ofrecen para evadir controles y fiscalizaciones–, y otras jugando con el dinero desde planteamientos éticamente bastante dudosos.

La llamada “socialización de las pérdidas”, como respuesta a la crisis, supone que el bolsillo público es el que al final pone orden en el mercado y en la aparente recuperación de la normalidad, condenando al ciudadano a pagar el precio del fracaso de esas prácticas arriesgadas alrededor de las grandes operaciones financieras.

Lo que está sucediendo en el mercado global demuestra que los principios neoliberales, basados en la libertad de mercado y en la ausencia de reglas, están en cuestión. En tiempos de bonanza, como ideología económica, llegaron a ser bien valorados para la estimulación del desarrollo económico, pero en tiempos difíciles hasta los mayores defensores del mercado libre reclaman más control y normas.

El miedo a la amenaza es otra manifestación de la crisis, como una emoción normal, que disminuye nuestra capacidad cognitiva para analizar sus causas y consecuencias, con un impacto sobre el comportamiento social y político, que podría modificar nuestros prejuicios sociales y la percepción de nuestros gobernantes, incluso llegando a mover la intención de voto.

El manejo de los mercados financieros globales toca cada vez más el corazón del ciudadano, sus esperanzas e ilusiones, y su calidad de vida. Quizá no nos consideren muy inteligentes para entender la complejidad de la ingeniería financiera que rige su funcionamiento, sin embargo, parece que lo somos para financiar la crisis global haciéndonos cargo de las pérdidas. Conservar nuestros valores, cultura y equilibrio vital, exige un comportamiento responsable en el mercado global, y eso requiere transparencia, reglamentación y control público del riesgo y de las decisiones.

Sudáfrica: Un duro camino hacia la reconciliación

Ricardo García Mira

Un análisis de las investigaciones más recientes realizadas por psicólogos sociales pone de manifiesto que las políticas de integración en Sudáfrica desde la abolición del Apartheid, no han llegado a ser suficientes, los espacios mixtos de interacción social aún son pocos y los intentos de acabar de facto con la segregación racial real son todavía tímidos. En mi visita reciente a Johannesburgo y Ciudad del Cabo, he observado una clase media que emerge minoritaria entre la mayoría negra, pero muy desigual, en relación al alto nivel de vida que disfrutan los blancos. La economía, entre las más emergentes a nivel mundial, se fortalece con el esfuerzo de todos, pero con resultados disimilares. En paralelo, el índice de crimen, entre los más altos del mundo, unido a los 5 millones de afectados de SIDA, constituyen los problemas más preocupantes del país.

Hoy, el Congreso Nacional Africano (ANC) cuenta con divisiones internas que erosionan la coalición con la que gobiernan el país, y ponen al Presidente Thabo Mbeki en duda frente a sus seguidores, que en su día lo fueron también de Nelson Mandela. Sería triste que el espíritu de Soweto de 1976, iniciado con el levantamiento mítico de sus residentes contra los excesos cometidos al amparo de las leyes segregacionistas, muriera o se quedara sólo en un nivel de atracción turística. Soweto cuenta aún con miles de ciudadanos hacinados en los townships, en chabolas de latón. Y no es más que un distrito entre otros a lo largo del país en estas mismas condiciones.

Esta lenta evolución hacia la igualdad y la reducción de la pobreza, precisa un nuevo impulso integrador. Mandela, Tutu, Sisulu, y tantos otros que lucharon por la paz y la libertad, hicieron su trabajo y son hoy referencias ineludibles. Sudáfrica, por otro lado, es un país clave, convertido en el modelo a seguir para otros países del continente que viven bajo la explotación occidental. Un lugar magnífico con gente amable que comparte nuestros mismos valores en la diversidad, y que ha optado con su TRC (Truth and Reconciliation Comission) por la reconciliación y por el esclarecimiento de la verdad y el perdón como camino para evolucionar y desarrollarse, pero identificando qué (crímenes y abusos de derechos humanos) y a quién hay que perdonar. Es lo mínimo que cualquier análisis retrospectivo de nuestra memoria histórica debería tomar en consideración.

Oventik y los procesos de paz

Ricardo García Mira

A algo más de 30 km de San Cristóbal de las Casas, en los Altos de Chiapas, a alrededor de 3000 m sobre el nivel del mar, llegamos a Oventik, Comunidad “Zapatista”, sin datos en nuestro mapa de carreteras. Unos km antes, reza el letrero “Está usted en Territorio Zapatista en Rebeldia. Aquí manda el Pueblo y el Gobierno obedece”. Nuestra curiosidad nos llevó a solicitar permiso para visitarla. Dos hombres enmascarados forman nuestra comisión de recepción que, después de tomar nuestros datos, nos conducen ante la “Casa de la Junta del Buen Gobierno”. Un rato de espera, y somos autorizados a entrar. Tres hombres y Tres mujeres, enmascarados en sus pasamontañas, a un lado de la mesa. Al otro lado, nosotros, curiosos, componiendo mentalmente la situación, e intercambiando impresiones acerca de Chiapas y el proyecto zapatista, los recursos, la pobreza, la educación, la salud, la igualdad de género, el medio ambiente, la organización de la comunidad.. con quienes representan a los 7 municipios autónomos que componen el “caracol” de Oventik.

Hay observadores que desde la ONU, el Human Rights Watch y muchas otras ONGs, garantizan que estos pueblos no desaparezcan aplastados. Están autónomamente organizados, social y políticamente, con el consentimiento del Gobierno oficial que les da la espalda, pero tolera su rebeldía pacífica. La Galicia de los años de la emigración sería un lujo al lado de las condiciones que caracterizan a estas comunidades, que comparten con muchas regiones en Latinoamérica el problema del acceso a los recursos más básicos que una democracia tiene la obligación legal y moral de garantizar.

El rescate de Betancourt y 14 rehenes más de manos de las FARC es un hecho importante, que sería necio no celebrar, porque el secuestro es una de las vejaciones más grandes que una persona puede sufrir. Como todo lo que acontece con los movimientos revolucionarios, nos hace reflexionar sobre la necesidad de perfeccionar nuestros instrumentos y modelos de negociación de los procesos de paz, y de estructurarlos no únicamente alrededor de la desmovilización y desmilitarización, sino también en torno al análisis y la solución del problema desde el que surgen: la pobreza.